La Petite Cote.


    Dakar no ofrece grandes atractivos para visitar por lo que tras descansar unas horas, preparamos las monturas y nos hacemos a la ruta.  Rodeados de destartalados vehículos, carros de tracción animal, abarrotadas furgonetas... poco a poco vamos dejando atrás la caótica capital de Senegal.
    Al sur de esta mega-urbe comienza la Petit Cote, que no es otra cosa que una sucesión de pueblos de pescadores, playas, resorts turísticos y vertederos de basura.



    Encontramos también una población local cordial, simpática, incluso muy vacilona. Una pena no hablar mínimamente francés u otra lengua local para entendernos.



    Cada tarde o festivo vemos como las playas se abarrotan de niños y jóvenes jugando al fútbol.


    En la localidad de Mbour compartimos campamento con el equipo de primera división del Saint Louis. Los jugadores se alojan en humildes habitaciones, durmiendo en literas y lavando ellos mismos la ropa de faena. Nos cuesta imaginar a las estrellas europeas del balompié "rebajándose" a tales incomodidades.


    Siempre habíamos pensado que los cuerpos esculturales que mostraban los negros se debían únicamente a cientos de años de selección natural y a una genética privilegiada. Por lo que se nos cae un mito, cuando vemos que esos bodies son el resultado de horas y horas de gimnasio.
    Y que mejor manera que emplear esos músculos que practicando el deporte nacional, la lucha senegalesa.
    ¡Convendrá llevarse bien con estos tíos!



    Y aunque es un deporte minoritario en el país, coincidimos con algún que otro esforzado de la ruta. Y por la orografía del país, dudo que destaquen los escaladores.




    A partir de Joal-Fadiout abandonaremos la costa que hemos venido acompañando desde la capital. Pero antes, haremos un alto en el camino para visitar el pequeño pueblo de Fadiout asentado en una isla cuyo suelo es íntegramente de conchas. Incluso emplean este material para la construcción de sus casas.


    Por unos días nos despediremos de la compañía del mar y nos adentramos por pistas de tierra hacia el interior. Un terreno salpicado de exuberante vegetación: acacias, palmeras, centenarios baobads...


     Y sobrevolando por tan singular vegetación... colorida avifauna. Es por algo, que hasta estas tierras se acercan todos los años miles de aficionados a la ornitología.








    Tratando de esquivar el tráfico de las carreteras principales, buscamos alternativas que a veces nos conducen por un estupendo asfalto...


    ... pero que en otras ocasiones se convierten por incómodas y a menudo intransitables pistas de arena o tierra. Además, debemos andar atentos al terreno, no vaya a ser que nos depare alguna sorpresa en forma de ramita de acacia con sus afiladas agujas.
    Pero tiene también sus ventajas, pues rodamos por lugares por los que en teoría no pasan muchos turistas (o eso pensábamos), pues nos sorprende que en estas remotas aldeas, los niños se nos acerquen "solicitando" su cadeau.



    Por suerte, estamos en época seca y podemos atravesar sin demasiada dificultad los obstáculos del camino.


    Aunque, es el propio camino el encargado de recordarnos que no siempre es sencillo viajar en bicicleta.



    Y tras una semana de pedaleo llegamos a Taubakouta, cerca de la frontera con Gambia. Ponemos a punto nuestras bicicletas con la ilusión de disfrutar las siguientes jornadas por el país más pequeño del continente. ¡Qué poco imaginábamos entonces, la desagradable sorpresa que nos aguardaba al otro lado de la frontera!




El interminable fugaz paso por Gambia.

    Si alguien quiere conocer el motivo por el que no pedaleamos un solo kilómetro por este país, puede leer la crónica:
  La pesadilla del Diazepan.

    Atención!!! Imprescindible para todo aquel que vaya a visitar este país.



La Cassamance.


    Acompañados por el personal de la embajada, atravesamos la frontera entrando de nuevo en Senegal. Pedaleamos hasta el cercano pueblo de Kafountine. En el hotel que regenta Amador (un vallisoletano afincado en aquellas tierras) encontramos la tranquilidad ideal para el descanso psicológico que necesitamos. Además por la zona viven, trabajan o pasan sus vacaciones cantidad de españoles con los que resulta sencillo olvidar penas.




    Disfrutamos aquí de una frenética actividad poco habitual en la relajada vida africana. Cada jornada, la playa de Kafountine se convierte en un "improvisado" puerto donde continuamente arriban piraguas, desde las que sin descanso desembarcan todo lo pescado. Gran parte de esa pesca se carga en camiones que los distribuirán a otros lugares, pero otra parte de lo recogido se colocará en extensos secaderos para ahumarlo.


    El problema de esta técnica de conservación del pescado es la grave deforestación que conlleva.


     A cualquier hora vemos mujeres y hombres llevando madera hacia los secaderos.





    Disfrutando de la agradable compañía de Mireia, Toño, Currucucu...


    Después de cuatro jornadas de descanso, cogemos de nuevo la bicicleta para adentrarnos de lleno en la baja Cassamance.





    A pesar de la fama que acarrea la región (hasta hace poco inmersa en un conflicto armado) disfrutamos de una tranquilidad y belleza que no veremos en el resto del país. Nos sorprende, pues teníamos entendido que una de las razones del conflicto, era el descontento por el abandono de esta parte del país por parte del gobierno, y lo que vemos desde nuestras bicicletas es una mejor infraestructura y mayor desarrollo.



    Ziguinchor se sitúa en la ribera sur del río que da nombre a la región de la Cassamance. Desde la ventana del hotelillo donde nos alojamos pasamos horas contemplando el vuelo de estilizados flamencos, prehistóricos pelícanos, espátulas, elegantes garzas o habilidosos martines pescadores. Todo ello amenizado por el estridente canto de decenas de tántalos africanos que anidan en los  alrededores.
    Incluso con paciencia, avistamos en la distancia el lomo de delfines surcando el río.



    Dejamos la ciudad de Ziguinchor y continuamos rodando por carreteras que se abren camino a través de una frondosa vegetación. 


    Siempre alentados por las simpáticas gentes de esta región.



    En Oussouyee nos alojamos en una casa a impluvium, edificio diseñado para recoger el agua de lluvia. A mediados de noviembre estamos inmersos en temporada seca por lo que difícilmente vamos a comprobar la efectividad de su diseño. Pero por segunda vez en este viaje (la primera fue en Gambia), vamos a sufrir (en este caso disfrutar) de una fuerte tormenta y contemplamos absortos cómo el tejado dirige sus aguas hacia el patio central de la estancia.


    En esta zona las gigantescas céibas y los legendarios baobads adoptan formas extraordinarias.




Esta región es también un buen lugar para disfrutar de multitud de coloridas aves, pues gozan de un hábitat privilegiado.



    Aunque en ocasiones, éste no se encuentra en las mejores condiciones.



    En las paradisíacas playas de Cap Skiring nos concedemos un pequeño descanso antes de poner rumbo al norte de Senegal.



        Evitando de nuevo el paso terrestre de Gambia, tomamos un barco que nos devuelva de forma más relajada a la capital senegalesa. Al espectáculo de los delfines que juegan con las olas que genera el barco, se une una migración de mariposas que si no fuera porque estamos en tan meridionales latitudes, las confundiríamos con gruesos copos de nieve.



Norte de Senegal

    A bordo de un cómodo ferry primero y un destartalado sept-place después, saltamos en apenas veinticuatro horas desde el sur del país (frontera con Bisau) a la parte más septentrional del mismo (limítrofe con Mauritania).
 

    No son demasiados kilómetros de distancia, pero aún así, percibimos enseguida significativos cambios. El más evidente es el paisaje, pues a la frondosa y exuberante Cassamance le da el relevo un paisaje semidesértico. El clima también deja notar sus diferencias y pasamos del sofocante calor húmedo del sur a un ambiente más seco y fresco en el norte. Pero también notamos diferencias entre sus gentes, y de la amabilidad y trato cordial del sur, pasamos a encontrarnos a una población más hostil. Y por que no decirlo... también, mucha más basura.


    Asentada en una pequeña isla en la casi desembocadura del río Senegal, se encuentra la ciudad de Saint Louis. Dedicamos un par de días para visitarla y pasear por sus coloniales calles.


    Algunos edificios han sido cuidadosamente restaurados, pero otros se encuentran en lamentable estado de conservación


    Y en cuanto sales un poco del circuito turístico de la ciudad... toneladas de basura se acumulan por los alrededores.



    Al norte de Saint Louis, haciendo frontera con la vecina Mauritania, se haya una de las reservas de aves más importantes del planeta. Nos abastecemos de agua y algo de comida y hacia allí nos dirigimos.





    El parque nacional des Oiseaux de Djoudj es la primera reserva de agua dulce que encuentran las aves migratorias provenientes de Europa después de cruzar el Sáhara. Entre las aves que eligen este lugar como residencia de invierno, destacan las enormes colonias de pelícanos, que son a su vez el mayor reclamo turístico...



    Pero también eligen este cuartel invernal miles de ánades, zancudas, limícolas...

    Incluso vemos desde el sillín de nuestras bicicletas algún que otro mamífero como facóqueros, monos o un solitario chacal.


    Tras un breve paso de nuevo por Saint Louis ponemos rumbo al sur. No sin antes detenernos a visitar otro importante parque nacional, la Langue de Barbarie.
    A diferencia de su vecina del norte, éste área natural está mucho más humanizado y a parte de observar de una numerosa presencia de aves... disfrutamos también de la compañía de sus jóvenes habitantes.



    Y es que si en Senegal hay muchos niños, es en esta zona donde los "fabrican".



    Aún así, la convivencia entre aves y humanos no parece ser un problema.


    Cambiamos por unos días los pedales por el remo. ¡Qué mejor que una piragua para visitar este área inundada!





    El descanso llega a su fin y nos ponemos de nuevo en marcha hacia Dakar. Y tras unos kilómetros de incómodas pistas de tierra y arena, buscamos un paso que nos acerque al mar.




    Después de algún tramo de empujar la bicicleta, al fin nos situamos al borde mismo del mar y aprovechando la marea baja rodamos sin dificultad.



    Y aunque pedaleamos sin ver a un alma durante decenas de kilómetros, no somos los únicos que elegimos esta singular ruta.





    Existe la posibilidad de llegar hasta las puertas de Dakar por esta infinita playa. Pero como tan sólo podemos pedalear con marea baja, nos conformaremos con ciclar relajadamente un centenar de kilómetros durante un par de jornadas.



    A la altura de Mboro abandonamos la arena y rodamos por cómodo asfalto hasta el lago Rosa.





   Durante años, el lago Rosa se convirtió en la meta del famoso rally París-Dakar. Con el cambio de continente para la disputa de éste por motivos de seguridad, el lugar cayó el el olvido. La población local retomó de nuevo la laboriosa tarea de la extracción de sal del fondo del lago.
    Pero siempre queda algún nostálgico de aquella época donde se podía hacer el loco al volante, por cualquier lugar donde en Europa estaría prohibido. Y coincidiendo con nuestra estancia en el lago asistimos a la llegada del ahora Amsterdam-Dakar.

    A pocos metros, la población local se muestra indiferente a la carrera y como cada día, decenas de hombres se sumergen hasta el cuello, tratando de robarle al fondo del lago unos cuantos kilos de tan preciado mineral.




    Poca distancia nos separan de la capital del país y nuestra meta está cerca, pero antes debemos superar el último escollo: el caótico tráfico de Dakar.


    Los últimos kilómetros los hacemos sorteando carros y burros; respirando denso humo de los escapes de viejos vehículos; siendo ninguneados por buses y taxis en busca de clientes...


    ...por lo que de nuevo volvemos a recurrir al comodín de pedalear por la playa.



Dakar.






    No somos amigos de las grandes ciudades, pero el cambio de planes en Gambia nos permite "disfrutar" de la capital más días de los deseados. Por suerte, nuestros anfitriones Frederic, Marianne y Eleonor hacen que nuestra estancia en la caótica ciudad sea mucho más agradable.
    Visitas a las islas de Gorée y N´Gor y algo de música con las que despedirse de este simpático país.


Datos de Interés:

- Tras un breve periodo en el que se exigía visado, ahora de nuevo, no es necesario éste para visitar Senegal.
- Noviembre parece un buen mes para visitar la zona. Terminada la estación de lluvias, todo está más verde. Aún así, sufrimos todavía altas temperaturas (25-35ºC) y humedad en el centro y sur del país y clima más fresco y seco en el norte (mínima de 17ºC).
- Atención también al viento predominante en esta época (generalmente del norte) a la hora de planificar el recorrido.
- A diferencia de otros países africanos, Senegal tiene una extensa y variada infraestructura para el turismo y encontramos lugares donde alimentarnos o alojarnos cada pocos kilómetros. De todas maneras no es un país económico y puede resultar caro en relación calidad-precio. Ahí algunos ejemplos:
   * Habitación doble... 6000-20000 CFA.
   * Comer...  100-500 CFA el omnipresente bokata de alubias, spaguetis, guisantes...
                      500-4000 CFA por comidas más elaboradas.
   * Beber...    500 CFA por litro y medio de agua mineral.
                       50 CFA por 400 ml de agua purificada.
                       1000 CFA por una cerveza local.
                       250-500 CFA por un refresco en lata o botella.
   Todos estos precios son aproximados y viajando siempre con un presupuesto ajustado. En lugares turísticos puedes encontrar restaurantes o alojamientos de precios mucho más elevados.
- El cambio de moneda mantiene una cifra estable: 1 Euro = 655 CFA.
- No llevamos hornillo para cocinar y aunque paseamos durante cinco semanas la tienda de campaña no la utilizamos. Tan sólo dormimos en las esterillas dentro de la mosquitera en un par de ocasiones.
- El país no presenta grandes dificultades a la hora de pedalear. A una orografía totalmente plana, se suma una decente red de carreteras asfaltadas. Nosotros pedaleamos también por pistas y caminos de tierra y arena. Y aprovechamos, la bajamar para rodar cómodamente por infinitos tramos de playas.
- Un ferry une tres o cuatro días a la semana Dakar con la Cassamance, pudiendo ir o volver cómodamente evitando (al menos una vez) el "engorroso" paso de Gambia.
- Desde Dakar viajamos en sept-place, de manera no tan cómoda hasta Saint Louis, pagando un pequeño extra por las bicicletas.
- Rodamos con bicicletas de montaña con ruedas mixtas (1,75 - 2,15). No vimos demasiadas tiendas de bicicletas, aún así encontramos cámaras de 26 pulgadas, pues desgarramos tres válvulas las dos primeras jornadas. Fueron la única avería en 1200 kilómetros de pedaleo.
- No hablamos ni papa de francés, ni de las numerosas lenguas locales que se hablan en la región, pero no tuvimos grandes problemas de comunicación. Aprender algunas palabras locales siempre es de agradecer.
- Percibimos cierta aversión por parte de la población local a ser fotografiada, por lo que até de corto a mi dedo índice. No obstante, los locales no se cortaban un pelo a la hora de fotografiarnos con sus móviles.
- Por último darle las gracias a Marta, Eddy, Alfredo, Gorka, Alberto... por la información que nos pasaron antes del viaje. Y por supuesto, a toda la gente que colaboró para que la pesadilla del Diazepan  tuviera un final feliz. Muchas gracias de nuevo a tod@s!!!
- También agradecer a Frederic, Marianne y Eleonor, nuestros anfitriones en Dakar, por la hospitalidad recibida en nuestro debut como huéspedes en Warmshowers. Con ellos nuestra estancia en esta caótica ciudad resultó mucho más agradable.
- Viaje realizado.... del 24 de octubre al 1 de diciembre del 2015.


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